jueves, 23 de abril de 2009

Síndrome de Estocolmo

La verdad, aunque lo intente, no puedo escapar de ti.
Cuando te escribí esto no tenía ni la más remota idea de los influjos que ejerces sonbre mis actos y sobre mis pensamientos. Soy tu rehén.

Síndrome de Estocolmo


Amo la cárcel a la que me confinas,
la divina gracia de este encierro,
mis intenciones de fuga son anodinas,
ya que prefiero tus carlancas de hierro.

Sólo soy libre siendo tu reo,
encadenado al rigor de tu hermosura,
soy esclavo del ímpetu de tus deseos,
de tus olas, de tus pétalos, de tu dictadura.

Está secuestrado mi corazón,
y tus dotes son los barrotes de mi prisión.

Pequeña niña risueña,
mantenme prisionero en tu belleza,
sométeme, hazme tu presa,
que todas mis ansias lo sueñan.
Y como sólo contigo me colmo,
debe haber forma de aprovecharse de este Síndrome de Estocolmo.

Adoro la magia a la que me sometes,
los espejismos de rubíes que te habitan,
tus cabellos castaños son mis grilletes,
tus labios, mi tesoro; tu sonrisa, dinamita.

Y me asolan cien cadenas infinitas,
tan perpetuas como el garbo de tus contornos,
gozo del calabozo al que me invitas,
benditas sean las estratagemas de tus adornos.

Sigue secuestrado mi corazón,
Y tus cejas son las rejas de mi prisión.

Pequeñuela niña ciruela,
mantenme prisionero en tu belleza,
sométeme, hazme tu presa,
que todas mis ansias lo anhelan.
Y como sólo contigo me colmo,
debe haber forma de aprovecharse de este Síndrome de Estocolmo.